febrero 20, 2010

Cómo es nuestro corazón II

He estado ocupado y no he podido terminar de escribir esta sección, pero ya estoy aquí de nuevo. Las palabras que están en cursiva en el post anterior nos dan una idea de qué aspectos de la vida del hombre demuestran la maldad de su corazón y lo hacen con mayor claridad al relacionarlas con el contexto.

Las palabras son: dureza, imaginación y pensamientos. El contexto da el sentido de movimiento o acción; los verbos que denotan esto son: andar, caminar e ir. En los 5 pasajes, están en contraposición al hecho de oir la voz de Dios. Un aspecto adicional que se repite en estos pasajes y que se encuentra en el contexto es el inclinarse y esto para oir. Las palabras utilizadas me llevan a concluir que para agradar a Dios primero hay que inclinar el corazón para conocer su voluntad antes que pensar por cuenta propia lo que yo deseo y mucho menos actuar guiado por ese tipo de pensamientos. Teniendo en cuenta que la Palabra de Dios es inspirada y que nada de lo que está escrito está allí por casualidad, he estado mediando sobre qué puedo aprender de los detalles anotados anteriormente.


Primero, conforme al orden adecuado de las cosas, he pensado en el Señor Jesucristo, en su perfecta sumisión al Padre celestial. En el Salmo 1, versículos 1 y 2, el Espíritu Santo muestra al Varón bienaventurado por excelencia, Cristo Jesús, no caminando según el pensamiento de los pecadores sino meditando en la Palabra de Dios y, en ese sentido, inclinando su corazón y oído para escuchar la voz de Dios. Otro pasaje muy diciente: "¡Oh,  cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación" Sal 119.97. Así fue el Señor Jesucristo durante su vida en la tierra, siempre pronto para escuchar la voz de Su Padre, siempre dispuesto a hacer lo que del Padre provenía. Es más, aún siendo Dios, no hizo nada por sí mismo sino según el Padre le decía Juan 8.28 y 42. Desde su niñez le vemos en el Templo gozándose en la Palabra de Dios, escuchando y hablando de ella, ocupado en los negocios del Padre. ¡Qué diferentes serían nuestras vidas si fuésemos como Él! Aunque en el corazón de Cristo no había maldad como en el nuestro, siempre anduvo sujeto al pensamiento de Dios, dándonos ejemplo para que sigamos sus pisadas.


En segundo lugar, he pensado en cómo se manifiesta la maldad de mi corazón en la práctica. La dureza de corazón, la negativa a dejarse moldear, a dejarse guiar. El contínuo deseo de hacer la voluntad propia, la incluinación contínua de pensar y actuar por cuenta propia. Esto tiene amplias repercusiones, tanto a nivel personal como a nivel de iglesia. Cuando dejo de lado los pensamientos e intereses del Padre por hacer caso a mis propios pensamientos e intereses, sin remedio alguno estoy abocado a errar, a pecar. Decisiones tomadas sin consultar a Dios a menudo redundan en trabas y estorbos para el crecimiento espiritual normal en el creyente. Hoy en día es tan común actuar según lo que dicta el corazón que hacer lo que a Dios le agrada se torna extraño y fuera de lugar, aún entre los creyentes. Hay muchos ejemplos, pero quiero tocar sólo algunos que son especialmente simples pero a la vez significativos. Uno es la costumbre, hoy muy generalizada entre los salvados, de escuchar música del mundo, con letras que deshonran descaradamente a Dios y con ritmos sensuales que incitan la carne. Dios ha dicho: "no proveáis para los deseos de la carne", palabras que deberían mover nuestras conciencias a desechar aquellas cosas que alimentan nuestra carnalidad. "Absteneos de toda clase de mal". No imagino al Señor Jesucristo mirando, por ejemplo, las novelas de la televisión o el programa de chistes (la mayoría obsenos), incluso horas antes de partir el pan. Sólo por mencionar algunas cosas que como dije antes, son vistas como normales.


Y qué decir de la iglesia. En este tiempo donde la filosofía halla tanta cavida en el pensamiento cristiano y las costumbres mundanas son adoptadas con tanta facilidad en la práctica eclesial. La autoridad de la sola Palabra de Dios se ha desechado y han primado los pensamientos del corazón, los argumentos humanos y las ideas nuevas,  aún cuando todo esto proviene de aquel que ha sido calificado por Dios como malvado, perverso y engañoso. No ha de extrañarnos entonces el estado de ruina y confusión en el que nos ha tocado vivir y del cual, sin posibilidad de negarlo, somos parte.


¡Cuán distinto sería todo si hiciésemos como el Señor Jesucristo!