septiembre 06, 2012

Valor devaluado

Jeremías 52. 17-23 Una lectura bastante triste que deja ver las consecuencias que tuvieron que soportar los israelitas por apartarse de Dios, y yendo un poco más allá de lo claramente evidente, la tristeza que le produce a Dios abandonar a su pueblo y sus cosas santas en manos de los que no le temen. El texto relata la forma como los babilonios destruyeron el Templo de Dios que Salomón había tardado tandos años en construir y se llevaron sus tesoros a Babilonia.


El Espíritu Santo registra en estos versículos, con cierto detalle, qué cosas fueron llevadas a tierra de Cinar y se pueden distinguir dos grandes grupos entre todas estas cosas que son relatadas: elementos de gran tamaño que se encontraban mayoritariamente en la parte exterior del Templo y utensilios pequeños utilizados en el servicio. Cada una de estas cosas que se describen aquí tiene su significado espiritual y tenía también un gran valor para los israelitas, no sólo por los metales preciosos con los que estaban construidos, sino también por la mano de obra, todos ellos obra de artífices, obras de gran belleza, precisión y detalle. Destaca en este sentido la dificultad de fundir en una sola pieza elementos tan grandes como las columnas y el mar de bronce, pero también las pequeñas y detalladas granadas o cadenas de bronce que adornaban los capiteles de las columnas. Estos son sólo ejemplos porque mucho se podría hablar al respecto. 

Sin embargo, Dios nos hace ver que el capitán de la guardia se llevó estas cosas valiosas espiritual, artística y comercialmente con un solo enfoque: "lo de oro por oro y lo de plata por plata"; menciona también que "el peso del bronce de todo esto era incalculable". Para los caldeos estas cosas no eran más que el botín de guerra que habían obtenido después de un largo sitio a la ciudad de Jerusalén. Pesaron los preciosos utensilios del culto a Dios por su valor en oro o plata y quebraron los símbolos de la grandeza del Dios de Israel y los llevaron hechos pedazos a su tierra. Los conquistadores no consideraron más que el peso del metal que podían llevar como botín y así, con el fin de facilitar el transporte de todo ese metal, no tuvieron problema en destruirlo completamente. 

Así sucede con aquello que es precioso para Dios cuando Él es menospreciado por los hombres. El Señor dice que "el ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir" en referencia a la intención y obra de Satanás. Después que Dios creó al hombre comenzó Satanas con esa obra siniestra cuando engañó a Eva para que el ser humano pecara contra Dios. El fruto del pecado fue la muerte, la separación del hombre y su Creador. Cuando hubieron comido del fruto del árbol del que no debían comer, Adán y Eva perdieron la relación hermosa que tenían con Dios. Cuán preciosa debió ser tal comunión en el huerto; qué momentos más deleitosos para Dios y para el hombre debieron compartir en el Edén el hombre y su Creador. Pero nada de eso fue considerado cuando se introdujo el pecado. Satanás sólo tenía en mente destruir la obra de Dios y lograr la muerte del hombre. Tristemente, en ese momento, Adán y Eva tampoco apreciaron la maravilla de la comunión con Dios sino la sola satisfacción de un deseo temporal.

Tal situación se presenta contínuamete hasta nuestros días, aún en aquellos que han sido redimidos por la sangre del Cordero preparado desde antes de la fundación del mundo para restablecer esa comunión que se rompió en el Edén. Hoy, los que somos de Cristo volvemos a tener entrada libre y con confianza a la presencia de Dios. El costo de esa redención fue altísimo: la vida de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Los efectos eternos de semejante salvación son incalculables y las glorias de las que un redimido puede participar en la vida terrenal son preciosísimas. En esta salvación tan grande se funden cosas eternas e incomprensibles para las limitadas mentes de los mortales, y preciosos detalles como el sustento espiritual en la vida diaria de los que son de Cristo. Sin embargo, con cuánta frecuencia tales maravillas son tenidas como nada cuando el creyente menosprecia a su Señor y prefiere las cosas de esta vida aún cuando tal preferencia implique apartarse de Dios. Y como en Edén, Satanás está listo para hurtar, matar y destruir, pues si bien no puede tocar nuestra salvación pues que estamos escondidos con Cristo en Dios, sí que puede hacernos apartar de la comunión. El Señor dijo: "El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden". No se refería con estas palabras a los sufrimientos en el lago de fuego y azufre sino a la vida de un creyente siendo completamente consumida, inutilizada, como un leño seco que se echa sobre las llamas. Aquel redimido que podría andar en comunión y ser luz en el mundo puede, si no permanece cerca de Jesucristo, puede llegar a vivir una vida lejos de Dios, sin frutos, a semejanza de uno que no es de Cristo. Para Satanás es una victoria, él tomará su botín y no hechará de ver lo precioso y valioso que está destruyendo.

Gracias a Dios que una condición semejante nunca será vivida por uno que anda en el espíritu, aunque sí puede ser la experiencia de uno que por entregarse a los deleites, aunque esté vivo para Dios, anda en este mundo como si estuviera muerto (1Tim 5.6). Gracias sean dadas a Dios también porque el Hijo de Dios se manifestò en este mundo para deshacer las obras del diablo. La obra del Señor Jesucristo es tal que no sólo puede rescatar un alma de la condenación eterna sino que también puede restaurar la vida destrozada de un redimido, siempre que este se vuelva de todo su corazón a Él. Dios nunca deja de valorar aquello por lo que pagó tan alto precio aún cuando nosotros no le demos el valor que tiene. Si fuéremos infieles, él permanece fiel 2Tim 2.13.