septiembre 17, 2012

El estanque de Betesda. Parte 2.

Finalmente, para que la obra de sanidad fuese completa, se escuchan las palabras de Jesús: levántate, toma tu lecho y anda. Y oh maravilla, ese hombre postrado hace ya 38 años se levanta habiendo sido sanado de manera instantánea. Cuánto poder hay en Jesús que con sólo hablar hizo caminar a este hombre. Ese mismo poder fue el que obró la creación misma, cuando dijo Dios sea la luz, las plantas, las lumbreras, los animales, etc. y fueron hechos. Ese mismo poder con el que sustenta todo cuanto existe, pues de Cristo Jesús, el Hijo de Dios, se dice en Hebreos 1.3 que es "quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder". No es que las palabras sean poderosas o que se logran cosas por el simple hecho de hablar, sino que el poder proviene del que habla, de la Persona sin igual que pronuncia las palabras, pues que es Jesús, Dios manifestado en carne. 

Esa misma palabra tiene hoy poder para salvar con la misma rapidez y efectividad con que actuó con el hombre de la historia que estamos considerando. Ese hombre oyó la voz de Jesús que le mandó levantarse y él simplemente obedeció al que le hablaba y se levantó, tómo el lecho como le fue indicado y anduvo. Pero vale la pena preguntarse ¿qué habría pasado si este hombre simplemente no hubiera creído en lo que Jesús le decía y se hubiera quedado en la posición en que estaba? ¿qué hubiese sucedido con él si se hubiese burlado teniendo en poco las palabras de Jesús, asumiendo que era Jesús quien se estaba burlando de él? Pues seguramente habría permanecido en la condición que estaba antes de ser sanado; el poder de Dios no se habría manifestado en él y su anhelo de salud habría permanecido insatisfecho. 

Amigo lector, eso mismo sucede hoy con los hombres. Jesús dijo que "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito (Jesucristo), para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" Juan 3.16. Jesucristo ofrece gratuitamente la salvación a "todo aque que en él cree", que deposita su confianza en él, que obedece a su voz. "Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado" Juan 6.29. Jesús dijo que quien creyere en él no será avergonzado, no será defraudado, puede estar tranquilo y confiado que sus pecados son perdonados; puede estar seguro que no es condenado. Cristo Jesús ha hablado y con cuánta claridad, pero lastimosamente muchos hoy se burlan y desprecian su voz; no hacen como el paralítico que creyó y se levantó, lo cual es equivalente a creer en Cristo Jesús como salvador y aceptarle para sí como tal de manera personal. Muchos asumen que el evangelio, las buenas nuevas de salvación, no son más que pensamientos de hombres y engaños de personas ignorantes. Y así como hubiese sucedido con el paralítico sucede con los tales: aunque el poder de Dios está a la puerta y la voluntad divina presta para otorgar perdón de pecados con base en el sacrificio hecho por Cristo Jesús en la cruz, quienes le rechazan y no creen permanecen en sus pecados, en ese estado de postración espiritual, siendo "insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos" (Tito 3.3), "sin esperanza y sin Dios en el mundo" (Efesios 2.12). Se cumplen entonces en ellos las palabras de Jesús cuando dijo que "el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios" Juan 3.18. Los hombres no se condenan por pecar mucho sino por no creer, porque "Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. 

Pero grata y gloriosa noticia para el que cree: en el mismo instante en que rinde su vida a Cristo Jesús, sus pecados son borrados y Dios nunca más se acuerda de ellos. Así como el paralítico fue sanado instantáneamente, así el que cree es perdonado y adoptado como hijo de Dios. A todos los que reciben a Cristo como salvador, "a los que creen en su nombre", les da el privilegio de ser hechos hijos de Dios (Juan 1.12). Nunca más serán recordados como pecadores, ahora son participantes de la naturaleza divina. Al paralítico ya no se lo vuelve a mencionar en el pasaje por su discapacidad sino como "el que fue sanado". Así los que son de Cristo ahora son los santificados, llamados a ser santos. 

¡Cuánta gracia!

septiembre 06, 2012

Valor devaluado

Jeremías 52. 17-23 Una lectura bastante triste que deja ver las consecuencias que tuvieron que soportar los israelitas por apartarse de Dios, y yendo un poco más allá de lo claramente evidente, la tristeza que le produce a Dios abandonar a su pueblo y sus cosas santas en manos de los que no le temen. El texto relata la forma como los babilonios destruyeron el Templo de Dios que Salomón había tardado tandos años en construir y se llevaron sus tesoros a Babilonia.


El Espíritu Santo registra en estos versículos, con cierto detalle, qué cosas fueron llevadas a tierra de Cinar y se pueden distinguir dos grandes grupos entre todas estas cosas que son relatadas: elementos de gran tamaño que se encontraban mayoritariamente en la parte exterior del Templo y utensilios pequeños utilizados en el servicio. Cada una de estas cosas que se describen aquí tiene su significado espiritual y tenía también un gran valor para los israelitas, no sólo por los metales preciosos con los que estaban construidos, sino también por la mano de obra, todos ellos obra de artífices, obras de gran belleza, precisión y detalle. Destaca en este sentido la dificultad de fundir en una sola pieza elementos tan grandes como las columnas y el mar de bronce, pero también las pequeñas y detalladas granadas o cadenas de bronce que adornaban los capiteles de las columnas. Estos son sólo ejemplos porque mucho se podría hablar al respecto. 

Sin embargo, Dios nos hace ver que el capitán de la guardia se llevó estas cosas valiosas espiritual, artística y comercialmente con un solo enfoque: "lo de oro por oro y lo de plata por plata"; menciona también que "el peso del bronce de todo esto era incalculable". Para los caldeos estas cosas no eran más que el botín de guerra que habían obtenido después de un largo sitio a la ciudad de Jerusalén. Pesaron los preciosos utensilios del culto a Dios por su valor en oro o plata y quebraron los símbolos de la grandeza del Dios de Israel y los llevaron hechos pedazos a su tierra. Los conquistadores no consideraron más que el peso del metal que podían llevar como botín y así, con el fin de facilitar el transporte de todo ese metal, no tuvieron problema en destruirlo completamente. 

Así sucede con aquello que es precioso para Dios cuando Él es menospreciado por los hombres. El Señor dice que "el ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir" en referencia a la intención y obra de Satanás. Después que Dios creó al hombre comenzó Satanas con esa obra siniestra cuando engañó a Eva para que el ser humano pecara contra Dios. El fruto del pecado fue la muerte, la separación del hombre y su Creador. Cuando hubieron comido del fruto del árbol del que no debían comer, Adán y Eva perdieron la relación hermosa que tenían con Dios. Cuán preciosa debió ser tal comunión en el huerto; qué momentos más deleitosos para Dios y para el hombre debieron compartir en el Edén el hombre y su Creador. Pero nada de eso fue considerado cuando se introdujo el pecado. Satanás sólo tenía en mente destruir la obra de Dios y lograr la muerte del hombre. Tristemente, en ese momento, Adán y Eva tampoco apreciaron la maravilla de la comunión con Dios sino la sola satisfacción de un deseo temporal.

Tal situación se presenta contínuamete hasta nuestros días, aún en aquellos que han sido redimidos por la sangre del Cordero preparado desde antes de la fundación del mundo para restablecer esa comunión que se rompió en el Edén. Hoy, los que somos de Cristo volvemos a tener entrada libre y con confianza a la presencia de Dios. El costo de esa redención fue altísimo: la vida de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Los efectos eternos de semejante salvación son incalculables y las glorias de las que un redimido puede participar en la vida terrenal son preciosísimas. En esta salvación tan grande se funden cosas eternas e incomprensibles para las limitadas mentes de los mortales, y preciosos detalles como el sustento espiritual en la vida diaria de los que son de Cristo. Sin embargo, con cuánta frecuencia tales maravillas son tenidas como nada cuando el creyente menosprecia a su Señor y prefiere las cosas de esta vida aún cuando tal preferencia implique apartarse de Dios. Y como en Edén, Satanás está listo para hurtar, matar y destruir, pues si bien no puede tocar nuestra salvación pues que estamos escondidos con Cristo en Dios, sí que puede hacernos apartar de la comunión. El Señor dijo: "El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden". No se refería con estas palabras a los sufrimientos en el lago de fuego y azufre sino a la vida de un creyente siendo completamente consumida, inutilizada, como un leño seco que se echa sobre las llamas. Aquel redimido que podría andar en comunión y ser luz en el mundo puede, si no permanece cerca de Jesucristo, puede llegar a vivir una vida lejos de Dios, sin frutos, a semejanza de uno que no es de Cristo. Para Satanás es una victoria, él tomará su botín y no hechará de ver lo precioso y valioso que está destruyendo.

Gracias a Dios que una condición semejante nunca será vivida por uno que anda en el espíritu, aunque sí puede ser la experiencia de uno que por entregarse a los deleites, aunque esté vivo para Dios, anda en este mundo como si estuviera muerto (1Tim 5.6). Gracias sean dadas a Dios también porque el Hijo de Dios se manifestò en este mundo para deshacer las obras del diablo. La obra del Señor Jesucristo es tal que no sólo puede rescatar un alma de la condenación eterna sino que también puede restaurar la vida destrozada de un redimido, siempre que este se vuelva de todo su corazón a Él. Dios nunca deja de valorar aquello por lo que pagó tan alto precio aún cuando nosotros no le demos el valor que tiene. Si fuéremos infieles, él permanece fiel 2Tim 2.13.

El estanque de Betesda. Parte 1.

Lectura bíblica: Juan 5.1-9

Betesda, según un diccionario bíblico puede significar "casa de las olivas (del manantial)", "casa de la gracia (misericordia)" ó "casa del derramamiento" (Tomado de http://www.wikicristiano.org/diccionario-biblico/1138/betesda/). De acuerdo a la lectura, creo que puede entenderse como la casa donde hay abundancia de gracia, el lugar donde Dios derrama de su gracia, donde la gracia brota cual manantial y esta consideración se ajusta perfectamente a la iglesia, la casa de Dios, allí donde Dios ha puesto su nombre y donde Él manifiesta su caracter.

Betesda era un estanque al que muchos enfermos acudían en procura de obtener salud en el momento en que hubiera movimiento del agua, pues el primero que entrara después de ese evento sería sanado de cualquier enfermedad, de tal manera que los pórticos que se encontraban alrededor del estanque, estaban llenos de personas enfermas. Esto me hace pensar en la iglesia local como aquel lugar donde los van necesitados y por tanto, me hace pensar también en que la glesia debe tener las puertas abiertas a todo aquel que conciente de su necesidad va en busca de sanidad espiritual, no para ver si talves ocurre algo extraordinario sino para que por la predicación del evangelio, por el movimiento del agua de la Palabra, los perdidos sean salvos.

En los pórticos de Betesda había multitud de personas con enfermedades bien identificadas, mismas que eran conocidas y notorias para ellos; enfermedades de las que sus dolientes no podían escapar. Muy seguramente habría en medio del pueblo más personas enfermas que permanecían en sus casas o en lugares donde pudieran obtener alguna ayuda, en lugares diferentes a este estanque. Sin embargo, de los que estaban allí se dice claramente que esperaban ser sanados. Así debería suceder en la iglesia, que aquellos que acudan vayan concientes de su necesidad, habiendo agotado sus recursos, cansados de sus males en busca de Aquel que puede sanar a los enfemos, dar vista a los ciegos, hacer derechos los pasos de los cojos y que puede hacer caminar al paralítico. Pecador, ¿te das cuenta de tu necesidad? ¿eres conciente de la enfermedad mortal del pecado? ¿puedes darte cuenta que estás ciego, que andas en las tinieblas y no puedes ver la luz? ¿reconoces que tus caminos no son rectos? ¿te das cuenta que no puedes caminar en los caminos de Dios? Acude a Cristo, búscale allí donde él ha prometido estar, en medio de dos o tres que se congregan a su nombre y ve procurando tu salud; de seguro que sucederá contigo como al paralítico de la historia que conoció a Jesús, respecto a lo cual hay tres aspectos que cabe resaltar:

1. Después de describir el estanque y lo que acontecía en él y sus alrededores vuelve a escena Jesús y dice que vio a un paralítico acostado. Jesús vio al paralítico, no al contrario. Fue Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre quien se dignó mirar al que estaba postrado. Inicialmente el paralítico ni siquiera se percató de la presencia de Jesús, sin saber que su persona no le indiferente a los ojos de Aquel que había descendido del cielo. Así sucede también hoy cuando Cristo Jesús mira a los hombres postrados, sin fuerzas para seguirle y aunque la gran mayoría de los hombres no son concientes de esa realidad, al Hijo de Dios ninguno de ellos le es indiferente. Pecador, no creas que no le importas a Dios; Él envió a Su Hijo a morir en la cruz por tus pecados y los míos y cuando Jesucristo estaba entregando su vida en la cruz estaba pensando en tí, estaba mirando tu estado de postración y por esa razón no descendió de la cruz, para poder darte la salud.

2. Jesús que supo que el paralítico llevaba mucho tiempo en esa condición, 38 años exactamente. No se dice cuánto tiempo llevaba en el estanque esperando, pero si dice el tiempo que estaba enfermo. Al pensar en el tipo de enfermedad que padecía, y al considerar lo que produce la inactividad en las extremidades de una persona, uno podría razonar que aunque este hombre recuperara la facultad de mover sus piernas, llevaría mucho tiempo antes que pudiese caminar puesto que sus piernas no tendrían fuerza suficiente para sostener el peso del cuerpo y mucho menos la habilidad para caminar. Sin embargo Jesús le sanó en un instante. Al meditar en estas cosas y en su aplicación espiritual se puede decir sin temor que no importa cuánto tiempo haya pasado una persona en sus pecados, ni cuán terribles sean las consecuencias de la persistencia en esos mismos pecados en la vida de un hombre o mujer, puesto que en el mismo momento en que alguno se acerca a Cristo por la fe, es inmediatamente perdonado, salvado y habilitado para vivir para Dios. 2Co 5:17  De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.

3. Jesús preguntó al paralítico ¿quieres ser sano? Ya en un versículo anterior se dice que quienes estaban allí esperaban que el agua se moviera para descender al estanque y ser sanados. A simple vista, la pregunta del Señor parece no tener sentido; es como uno que va a una panadería grande y entrando mira los estantes llenos de pan para la venta y se acerca a quien atiende el establecimiento y le pregunta ¿tiene pan? Sin embargo, la pregunta no es vana sino llena de significado y trae a la memoria la pregunta que Dios hizo al primer hombre en Edén después que hubo pecado al comer del fruto del árbol ¿dónde estás tú? (Gen 3.9) ¿Es que acaso el Omnisciente ignoraba el lugar donde se escondía Adán? ¿es que acaso Jesucristo no sabía el anhelo del corazón del paralítico? ¡Por supuesto que lo sabía! Pero es la voluntad del Salvador que quien vaya a recibir favores reconozca su necesidad. La respuesta del paralítico fue acertada: reconoció delante de su interlocutor que no le era posible ser libre de su enfermedad porque por mucho que se esforzara en ir a la fuente de salud, otro llegaba antes que él y perdía la oportunidad. Cuánto desconsuelo no habrá sentido este hombre cada vez que el agua se movía y procuraba en vano llegar de primero; cuánto esfuerzo malogrado, cuántas estrategias, planes o pensamientos frustrados porque nunca le había sido posible llegar antes que otro. Finalmente este hombre ha concluido que debe haber alguno que lo meta en el estanque. Amado pecador, esa es tu condición y esa debe ser también tu conclusión. Talves has estado intentando alcanzar la paz para tu alma, sanar esa culpa que atormenta a quien está en sus delitos y pecados y vez tras vez, intento tras intento no hay sino fracaso, desconsuelo y frustración porque la carne no puede sujetarse a la ley del Dios santo. Pero oh gracia sin igual, en el momento en que las fuerzas del hombre terminan es donde se manifiesta el poder de Dios, poder para salvar. Hay Uno que puede salvarte, que puede sanar tu llaga de pecado. No fue necesario que el paralítico fuera cargado por Jesús hasta el estanque sino que con su palabra Cristo levantó a ese hombre impedido. Así lo hace hoy también, Jesucristo quiere darte vida pero debes escuchar Su voz y reconociendo que no puedes alcanzar el favor de Dios por tí mismo, aceptarle como tu salvador, como el único que fue Justo ante Dios que murió cargando tus pecados en la cruz y resucitó para darte de su justicia.